Es sabido que la finalidad de la escuela es favorecer el crecimiento y la maduración del alumno/a en todas sus dimensiones. Que no se reduce su función a la mera transmisión de saberes.
La escuela cultiva facultades, desarrolla capacidades, educa actitudes, hace referencia a unos valores, introduce en el patrimonio cultural que nos ha sido dado, prepara para la inserción en la sociedad presente, transmite una interpretación de la historia, una manera de entender la vida, una orientación para el futuro.
En todo este recorrido la escuela no puede ser neutra. Al plantearse el problema del hombre, al menos como pregunta, surgirá el tema de Dios. No puede estar ausente la respuesta desde lo religioso.
Desde este convencimiento nuestra acción educativa abarca las tres dimensiones que constituyen una unidad en la persona humana:
- Bio-psicológica: que integra la personalidad del alumno/a en sus aspectos físico, intelectual y afectivo.
- Social: que prepara al alumno/a para la inserción en la sociedad y le compromete en la construcción del mundo.
- Religiosa: que abre al alumno/a al encuentro con Dios.
Expresamos así el alcance que atribuimos a la formación integral y afirmamos que la escuela es un lugar privilegiado para la educación del hombre.